sábado, 25 de septiembre de 2010

Y llegó su hora. Alzó la mano derecha y la puso sobre el pecho, al tiempo que adelantaba el pie contrario, y dijo:

-Me declaro culpable. Culpable de cerrar las ventanas mientras llueve. Culpable de mirar el mar en las tardes de invierno. Culpable de no poder olvidarte, de haberme sumido en este estado de tristeza permanente, donde ya no hay risas, amores, alegría. Culpable por negarme a pasar página, enfrascada y aun hechizada por lo que pudo ser y no fue, palabras no dichas, que aún corren por el Leteo en el que se ha convertido mi memoria, quizá esperanzada, quizá cautiva, de desear que esto no sea un punto y final, sino solo un punto y aparte. Deseosa de que los puntos suspensivos proyecten su alargada sobra hasta la eternidad ................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................

-¿Algo que alegar en su defensa?

-Que ya no habrá más fiestas. Ni tampoco pasteles de Feliz Cumpleaños. Ya no será lo que pudo ser, porque simplemente no será nada. Puedo prometer y prometo no mirar más al pasado, cerrar la ventana en los días de lluvia y también los soleados. Puedo prometer y prometo hacerme con pico y pala, y levantar grano a grano la pesada arena que rodea mi alma, para enterrarte en el olvido y hacer que cumplas tu condena de destierro. Juro por mi honor lealtad al nuevo milenio, a la nueva vida que se alza y manifiesta ante nosotros como una divina señal del destino, para seguir mi camino, piedra a piedra, golpe a golpe, verso a verso….

-De acuerdo, queda condenada a tres meses de tiempo perdido, que serán compensados con horas de trabajo a la comunidad equivalentes a toda una vida, traducidas en ganas de comerse el mundo cada mañana, y antes de que se ponga el sol, ha de sentirse completamente orgullosa y satisfecha de lo acontecido cada día, conocedora de que cada uno ha de ser vivido como si fuera el ultimo. ¿Ha entendido usted bien?

-Por supuesto su señoría.

-Muy bien, quítenle las esposas.