sábado, 28 de abril de 2012

Se hace tarde. Se hace tarde y con la llegada de la oscuridad me entra el sueño. Falta nitidez en el ambiente. Me faltas tú. Y no debieras faltarme. O yo no echarte en falta. Porque ya han pasado 6 meses. 6 meses en los que se suponía que tú y yo debíamos olvidarnos. Pero me lleva la corriente hacia aguas desconocidas. O más bien, demasiado conocidas. El fin era el principio de una nueva era, de una nueva etapa quién sabe si de luz u oscuridad, pero nueva después de todo. Y sin embargo me arrastran los remolinos, como si fuera a tragarme el enorme sumidero de esta tierra. Y todavía no sé como voy a salir. La costa está cercana, pero algo me dice que volverás, que volverás a rescatarme en un pequeño bote, y que huiremos para siempre. Prefiero pensar que es la tormenta y el mar de fondo el que impide que estemos juntos. Y no que ya hayas decidido dejarme para salir en busca de otras aventuras. Que algún día volverás y marcharemos a Creta. Y haremos que los sauces tengan hoja perenne para toda la eternidad.

sábado, 14 de abril de 2012



Hoy la ciudad esta preciosa para caminar. Aunque haga frío, se puede pasear
por las avenidas infinitas, donde dar la esquina y adentrarte en un
interminable camino pintado de asfalto. Y sentir como te quema la cara ese sol
que hoy no existe. Aun así tu cuerpo libera endorfinas, que, como la cura
contra peor de los males van recorriendo tus venas, tus nervios, convirtiéndose
en la morfina perfecta para las tardes tristes del otoño. Seguir caminando, un
poco más perdida o un poco más confusa,
para dar con un banco tras otro, con una historia tras otra. Y mientras
lo haces parece como si una sensación de interminable bondad y optimismo
hubiera anegado tus pulmones. Casi puedes respirarlas.
En el primero de ellos hay dos niñas. Juegan a los cromos. Hablan del
colegio, y de la película que verán por la noche. Se llaman Paula y María. Por
lo visto hoy dormirán juntas, y no quieren dejar escapar detalle alguno de la
que será con seguridad una de las muchas veladas que pasarán a su recuerdo para
el resto de los días.
Sigues hacia adelante, con una sonrisa en la cara, preguntándote que fue de
la Paula que fuiste, y de la María a la que tanto adorabas. Pero estás
demasiado feliz como para que te importe. Ni siquiera buscas respuestas.
En el segundo banco hay un grupo de amigas. Casi son adolescentes. En la
aparente miscelánea que componen, se nota la armonía que el caos a veces aporta
a sus vidas. Todas son diferentes. Aun así se ríen, quizá indiferentes, quizá
ignorantes, ante los problemas del mundo.
Y ahora te preguntas qué fue de aquellas chicas que compartían su horario,
y su vida, en el patio de un instituto. Qué fue de aquellos tiempos en los que
pensar no era necesario, sino más bien un lujo que era mejor no permitirse. Y
sigues caminando.
En el tercero, tres chicas. Estas son casi mujeres. Como una divina
comedia, ríen en torno a este número mágico. La risa es más suave, pero a la
vez más dulce. Viven la seguridad de una amistad tan cercana, tan sincera, que
es imposible imaginarlas fuera de ese banco, fuera de ese círculo que las une,
y que parece infranqueable por cualquier persona del exterior.
Es ahora cuando te preguntas qué fue de esas tres chicas. Cuál fue el
momento en que esa amistad de fue por el sumidero de aquel primero D. Y, sobre
todo, como fue posible, que algo que parecía tan fuerte, terminara por ser tan
débil.
Como las hojas que caen frente a ti. Así ha caído tu felicidad. Aquella en
la que no habías reparado nunca antes, la que parecía que por gracia divina a
ti te estaba asegurada, pero que, sin embargo, has perdido por completo. Y ya
no ves el punto de fuga de esta calle interminable, de este vacío en el que se
han convertido los días. El principio del paseo fue solo un episodio de lucidez
de un enfermo de alzhéimer que prefiere no recordar los buenos momentos de
antaño que ahora quedan lejanos en el olvido.
¿Y ahora, cual es tu banco? ¿Quién te espera en el siguiente? Ves a una
chica sentada, con el pelo suelo rizado, escuchando música. Te sonríe. Te
invita a sentarte con ella. Pero al poco tiempo, se sienta un chico que atrae
toda tu atención. Ya lo habías visto antes, pero nunca habías reparado en él. Y
empezais a hablar, a hablar sin parar mientras caen las hojas, y tu sientes que este es tu banco, el perfecto para
ti, y tus endorfinas crecen y crecen hasta que, por fin, te dice que…tiene que
irse.
Y tu te quedas sentada en tu banco, sola, y esperando a que vuelva el
chico, a que pase alguien nuevo, o alguien viejo dispuesto a sentarse. Que te
susurre al oído…«yo seré
incondicional».
Hoy la ciudad está preciosa para caminar. Aunque haga frío.