miércoles, 27 de abril de 2011

Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos.

miércoles, 20 de abril de 2011

....Y abrázame fuerte, que no pueda respirar. Tengo miedo de que un día, ya no quiera bailar conmigo, nunca más...

Lo peor del amor cuando termina

son las habitaciones ventiladas,

el puré de reproches con sardinas,

las golondrinas muertas en la almohada.

Lo malo del después son los despojos

que embalsaman al humo de los sueños,

los teléfonos que hablan con los ojos,

el sístole sin diástole sin dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,

remendar las virtudes veniales,

condenar a la hoguera los archivos.

Lo peor del amor es cuando pasa,

cuando al punto final de los finales

no le siguen dos puntos suspensivos.


-Joaquín Sabina.

martes, 19 de abril de 2011

Tic tac tic tac tic tac tic tac…miraba las agujas del reloj sentada en el viejo sillón de orejas de aquel salón, contando impaciente los segundos que todavía le quedaban de espera. De izquierda a derecha se balanceaban sus pupilas, mientras que su latido se aceleraba cada vez que la última fracción de segundo de cada minuto llegaba a su fin. Y lo peor de todo es que aquella arena que no paraba de vaciarse reloj abajo significaba mucho más que un retraso, o un olvido. Significaba que la brecha existente entre ellos se abría más y más, y amenazaba con no cerrarse hasta el resto de la eternidad. Entonces era cuando ella hacia mover insistente su talón, que a la vez derivaba en el temblequeo de su rodilla, de su muslo, de todos los poros de su piel. Se lastimaba entonces del transcurso de las cosas. De haber tomado el camino fácil, no para ella, sino para él. De haber vuelto a equivocarse, de haber dado a cambio de nada, y de haber entregado hasta el último rincón de su corazón a Juan.

Juan apareció un día, porque sí. Y eso era lo que Julia no podía soportar; el hecho de que no hubiera una razón aparente para su presencia. Todo ello derivaba en una monstruosa tempestad de inseguridades, en las que caía relación tras relación, cegada por la unión de casualidades que las unían a todas ellas entre sí. Cada detalle se convertía en problema, cada frese no dicha, o pregunta no hecha, derivaba en un aluvión de conclusiones precipitadas.

Juan se escudaba en sus notables esfuerzos para verla, en las muchas horas que pasaba con ella, las cenas de tres tenedores en restaurantes caros, las escapadas a un hotel en la montaña los fines de semana, los perfumes, las joyas…Pero todo eso para Julia no significaba absolutamente nada. Ella se conformaba con levantar los ojos del café, y ver que Juan la miraba por encima de periódico. Con encontrar un mensaje en su I-Phone donde leer buenos días, buenas noches. O una simple llamada perdida que dijera Me acuerdo de ti. Pero todo eso a Juan se le escapaba. Se sentía tan capaz, tan seguro de que Julia jamás huiría de sus brazos, que poco a poco fue olvidando que su felicidad, y la de ella, residía en todos esos pequeños detalles, en todas aquellas pequeñas cosas, que lo decían todo, aunque parecieran no decir nada.

Y Julia se sentaba a su lado, en el sofá, deslizando la mano por su rodilla, oliendo su pelo, o hundiéndose en la suavidad de su pecho, esperando encontrar al menos una sola respuesta de Juan que significara que, para él, ella estaba ahí.

Pero esas respuestas nunca llegaban. Y por eso Julia se levantaba del sofá, se sentaba en el sillón orejero, y lo miraba atentamente, esperando que notara una ira inicial que luego se convertía en pena, y después en desilusión, y por último en desasosiego.

Siempre amenazaba con irse. Se repetía mil veces a sí misma que no aguantaría ni un minuto más mirando aquel reloj, esperando captar la atención de alguien a quien no interesaba. Y entonces, el miedo la invadía. Se hundía más y más en el sillón, tapada con la manta, intentando olvidar que el vacío que sentía era mucho más que un fenómeno espacial entre ella y su pareja.

Abrir la puerta de la entrada sin él le parecía una tarea imposible. A pesar de que lo había hecho muchas veces antes, sola. Le daba la sensación de que el invierno era demasiado frío, demasiado solitario para una persona como ella. Prefería esperar y esperar a que un día Juan despertara de su vigilia permanente, y volviera a soñar con ella.

Finalmente, un día, Julia se cansó de esperar. Ante la mirada atónita de Juan, cogió el abrigo, la bufanda, y abrió la puerta que daba al rellano. Estaba dispuesta a bajar a los ultramarinos de la esquina, saludar a Martina, y comprar todo el azúcar que faltaba para que su vida volviera a endulzarse de nuevo. Juan tenía dos opciones, seguir petrificado, o bajar con ella. Y mientras Julia, al ver que no escuchaba los pasos de Juan tras ella, soltaba una lagrima por su mejilla derecha, Juan se asomó al balcón.

-Espérame. Voy contigo.

viernes, 15 de abril de 2011

Una tras otra. Una tras otra doy mil vueltas en la cama. Tengo la sensación de que ni tan siquiera ha amanecido. Motores de impacientes conductores anuncian la puesta en marcha de la ciudad tras el insomne y sigiloso descanso de la noche. Todavía aturdida, miro el reloj. Las 10:30 A.M. Amaneció hace un rato. Mientras me retiro el pelo de la cara, y lo recojo en una coleta, intento recordar todo lo que pasó anoche. Y detrás de las fotos, el alcohol y la resaca, te pienso. Me vienes como un mal sueño, como una desagradable pesadilla. Leve recuerdo de una noche que olvidar y para olvidar. Estás ausente. Despierto, y por un momento soy consciente de que todo es mucho más real de lo que parece. Nada impedirá tu marcha. Nada va a ralentizar los pocos minutos que me quedan contigo. Y cojo la manta, y me tapo la cabeza, imaginando que, hasta que no suba la persiana, no será un nuevo día, que no sonará el teléfono, que no oiré tu voz, y que no escuchare como me dices que no volverás el domingo, ni el lunes, ni el martes… que todo es difícil, pero posible, que volverás… Y, de nuevo, duermo.

lunes, 4 de abril de 2011

Verdades que duelen

Vamos a ser eternos, vamos a hacernos daño.