Echo de menos aquellas tardes. Aquellas tardes en las que dormíamos en tu
casa. Cuando sentía mi piel seca y suave metiéndose entre las sábanas de tu
cama. Y oler la paz. Cuando el mundo parecía arder bajo un sol de 40 grados
mientras tu habitación se mantenía inerte, oscura, bañada simplemente por el
resplandor de la ventana de la cocina. Y oír tus pasos a eso de las cuatro,
oírte desnudo acercarte a la cama para levantar las sabanas suavemente, y
meterme conmigo en la cama. Sentir cómo el colchón se va hundiendo, cómo poco a
poco tu piel se acerca por mi espalda. Sin ruidos. Sin intenciones. Solo tus
piernas aproximándose a las mías, tu cuerpo abrazándose a mi espalda, y todo tú
rozándote conmigo. Sentirte tibio, relajado,
pero sobre todo suave, acariciándome
el cuerpo entero. Y dormir. Dormir como si solo existiera esa cama. Como si
solo tú y yo existiéramos en el mundo. Echo de menos aquellas tardes. Las echo
de menos aunque ni siquiera hayan sucedido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario