martes, 3 de julio de 2012

Tardes de verano.


Echo de menos aquellas tardes. Aquellas tardes en las que dormíamos en tu casa. Cuando sentía mi piel seca y suave metiéndose entre las sábanas de tu cama. Y oler la paz. Cuando el mundo parecía arder bajo un sol de 40 grados mientras tu habitación se mantenía inerte, oscura, bañada simplemente por el resplandor de la ventana de la cocina. Y oír tus pasos a eso de las cuatro, oírte desnudo acercarte a la cama para levantar las sabanas suavemente, y meterme conmigo en la cama. Sentir cómo el colchón se va hundiendo, cómo poco a poco tu piel se acerca por mi espalda. Sin ruidos. Sin intenciones. Solo tus piernas aproximándose a las mías, tu cuerpo abrazándose a mi espalda, y todo tú rozándote conmigo. Sentirte tibio, relajado, pero sobre todo suave, acariciándome el cuerpo entero. Y dormir. Dormir como si solo existiera esa cama. Como si solo tú y yo existiéramos en el mundo. Echo de menos aquellas tardes. Las echo de menos aunque ni siquiera hayan sucedido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario