sábado, 25 de julio de 2009

En el fondo ella no podía perdonárselo. No conseguía entender como, después de todo, seguía ahí. Y lo que más le dolía era pensar que no había momento en el día que él no pasara por su cabeza, ni esquina por la que no esperase que se cruzasen. Era como un recuerdo incipiente que, con el tiempo, se niega al retiro del olvido. Y así pasaba las horas, torturándose y preguntándose por qué, algo tan simple, tan sencillo, le rondaba su mente día y noche. Un suspiro de frustraciones que, unidas al mal tiempo, solían resolverse en una explosión catastrófica. En las horas en blanco solía recordarle, con un periódico en la mano y el ceño fruncido, esperando a que la tormenta pasara de largo, para poder marcharse a casa. Porque al fin y al cabo, eso era todo lo que él deseaba. Marcharse a casa.

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